La operadora acumula pérdidas, pero ha conseguido además hundir al transporte por carretera y afectar a la aeronáutica
Sin
contar con las colosales inversiones en la red de vías de alta
velocidad, el tren pierde dinero a espuertas sólo en la gestión
Hace unos días se conocieron los datos económicos de Renfe del primer
trimestre en que opera con un nuevo modelo de estructura, desde
diciembre del año pasado. O lo que es lo mismo, cómo va el sector
ferroviario español, dado que la compañía estatal es la única operadora
del mercado, con algunas excepciones en carga.
¿Qué
dicen esos datos? Que Renfe está fatal. ¿Pero no nos habían
dicho,apenas unos días antes, que la gente viaja más que nunca en el
AVE? Verdad, pero el incremento de pasajeros ha sido a costa de bajar
los precios de tal forma que las pérdidas son espectaculares. Y más aún
lo serían si a las pérdidas de Renfe le sumáramos el efecto nefasto que
esta política de bajada de precios tiene sobre el transporte por autocar
y por avión. En sólo tres meses, Renfe perdió 81 millones de euros pese
a que aumentó el número de viajeros.
La cuestión es infinitamente peor si tenemos en cuenta que Renfe no
financia la construcción de las vías ni de las estaciones, porque eso es
una cuestión que tenemos en Adif, una sociedad a la que el Gobierno
dedica a la infraestructura. O, lo que es lo mismo, Renfe sólo se dedica
a operar trenes sobre vías que se le conceden para su uso. Eso sí, los
gastos de operar los trenes son suyos. Y, pese a que sólo se encarga de
esto, pierde casi un millón de euros al día, lo que da una idea del
disparate en el que nos hemos metido en este país.
Estos datos que acaban de publicarse ya recogen la decisión del
ministerio de Fomento (en España el ministerio es el que decide hasta el
número de cacahuetes que se reparten en cada servicio) de bajar los
precios del AVE para aumentar la ocupación. Así, perdemos dinero pero,
al menos, los trenes están ocupados. En efecto, la bajada de los precios
supuso un aumento del 18 por ciento en el número de viajeros. Pero eso
sólo ha supuesto un aumento de ingresos de un 3.6 por ciento.
Todo esto nos indica la magnitud del despropósito de la política
ferroviaria española que vienen manteniendo sucesivamente los diferentes
gobiernos. Todo parte de la decisión de construir vías de tren de alta
velocidad para atender a cualquier alcalde o presidente de comunidad que
quiere ganar unas elecciones. La ceremonia consiste en que un
presidente de autonomía plantea que está juego la dignidad como pueblo
de su región, que no invertir allí es ofender la identidad de ese
pueblo; a continuación todas las fuerzas sociales del lugar muestran su
indignación y ofensa por la posibilidad de que pudieran ser
discriminados y, finalmente, Madrid, bien a través del partido que
gobierna, bien porque el de la oposición roba unos pocos votos
ofreciendo hacer la obra que el rival no se atreve a permitir, cede.
Así, pues, tenemos trenes de alta velocidad por todo, incluyendo el
inicio de una línea surrealista entre Murcia y Almería, que supera el
esperpento.
¿Qué demanda existe en estas líneas que están invadiendo el país y
que el Gobierno continúa construyendo con el dinero que aún nos siguen
prestando? Esto no se estudia, no se pregunta. En este país no existe un
término para “business case” porque no lo necesitamos. Aquí es un tema
de honor: ¿cómo un gallego va a estar en un segundo plano en relación
con un andaluz? Esto es todo. Honor. Lo económico no se menciona porque
ofende.
Y por lo tanto, el tren se construye, cueste lo que cueste, haya la
demanda que haya. Así, pues, una vez concluido, como ocurre con la línea
a Valencia, Málaga, Alicante o La Jonquera, el reto es (además de que
su promotor gane las elecciones) es que se salve la cara.
Pero sucede algo muy problemático: en la mayor parte de los
recorridos donde ahora circula el AVE, antes apenas había trenes. A
Galicia, por ejemplo, hay dos trenes diarios y, pese a ello, nos
atrevemos a construir un AVE que ni en el supuesto más alocado puede
tener sentido en su explotación, no hablemos de la inversión.
Lógicamente, jamás esta línea sea un éxito.
Este es el caos en el que estamos sumidos.
Encima, la gestión de Renfe prácticamente consiste sólo en atender el
teléfono cada vez que llaman del ministerio. No hay creación de
demanda, no hay precios adaptados a la oferta, no hay flexibilidad.
Durante años, el precio salía en el Boletín Oficial del Estado, con lo
que ya nos podemos imaginar qué clase de agilidad podía haber. Ahora se
flexibiliza algo, pero aún no se ha logrado relacionar precio y demanda.
Este año, mientras el sector del transporte de pasajeros por
carretera ha perdido el ocho por ciento de los pasajeros, Renfe recibirá
800 millones de euros de subvención del estado, para poder mantenerse a
flote. Algunos dirán que en todo el mundo el ferrocarril tiene
subvenciones del Estado. Y es verdad. Pero jamás estas subvenciones son
superiores al 30 por ciento del gasto total, porque la red tiene que
financiarse en una parte que debe superar la mitad de los costes,
incluidas las inversiones. Aquí, los 800 millones más las pérdidas, sin
contar con las inversiones, suponen un lastre que puede afectar al
futuro del país. Hemos de pensar que el agujero en Adif es espectacular y
que aún nos quedan cuantiosísimas inversiones para trenes que jamás
llevarán pasajeros.
¿Por qué, si no, somos el segundo país del mundo con más vías de alta
velocidad? ¿Por qué Alemania no hace estos dispendios? ¿Por qué los
británicos van a construir el AVE a Birmingham donde hoy circulan seis
trenes por hora cada uno de ellos con un mínimo de seis vagones? Porque
hay que estudiar primero el sentido económico de las inversiones, hacer
números, y después decidir.
Las pérdidas declaradas de Renfe son simplemente una confirmación de
que vamos fatal. Cada anuncio de nuevas obras del AVE es otra losa sobre
nuestro futuro. Aunque, claro, si vemos las amplias sospechas de
corrupción, quizás esta losa para algunos será una bendición.
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